25 de julio de 2012

La innovación y el conocimiento

Me gusta insistir en la idea de que necesitamos un nuevo lenguaje de innovación, que nos permita compartir pensamiento y acción bajo un prisma común.

Difícilmente se comparte y coopera si no hablamos todos de lo mismo, si no utilizamos una manera parecida de referirnos a la innovación.

Esta misión de construir un nuevo lenguaje busca trascender de los lugares comunes que usamos en la actualidad, más como “muletilla” de escape para salir del paso, que como fruto de una reflexión conceptualizada y modelizada.

Si asumimos la urgencia histórica de incorporar la innovación como eje estratégico de verdad, no sólo de cara a la galería, la necesidad de contar con un código, un lenguaje de la innovación será manifiesta. La construcción de ese lenguaje deberá abordar su poética y su práctica.

Ambas cosas son indispensables. La poética da sentido global a lo que hacemos, lo sitúa en perspectiva, nos permite comunicar y movilizar emociones. Pero la poética sin la práctica del día a día, sin la proyección en la operación, en lo que hacemos, derivará en algo inútil que no generará innovación. En el mismo sentido, una práctica sin un marco de referencia tendrá grandes dificultades de implantación y terminará por no resultar útil para la organización que pretende innovar.

La construcción de una poética de la innovación se basa en principios, en leyes y en modelos de innovación. Busca el marco conceptual, el discurso que permita movilizar el capital innovador subyacente en cualquier grupo humano. La práctica de la innovación se basa en códigos, metodologías para medir el capital de innovación de cualquier organización. Nos permite medir para saber dónde estamos y gestionar el progreso. Nos permite identificar los factores de innovación en los que trabajar y gestionar la cartera de proyectos de innovación.

La práctica de la innovación nos tiene que llevar indefectiblemente a modelizar y sistematizar el capital relacional con el mercado y el entorno, como una de las fuentes básicas de innovación. El otro espacio relacional, en el que se juega la batalla de la innovación, es el espacio interno, el de las personas que formamos la organización y esto tiene que ver con el conocimiento.

¿Cómo hacer que las cosas pasen? ¿Cómo hacer que la poética de la innovación impregne los valores y las actitudes? ¿Cómo hacer que la práctica de la innovación se introduzca en los comportamientos, en las formas de hacer, en el día a día? Bien de poética, bien de herramientas y sistema prácticos, pero… ¿qué pasa en la organización?

La organización que sostiene las empresas y las instituciones es una organización funcional y jerárquica. Las personas, en el mejor de los casos, saben lo que tienen que hacer –les pagan por ejercer una función- y tienen bastante más claro de quién dependen –quién es el superior al que deben dar la razón-. Esta organización se ha ido construyendo en base al conocimiento de las respuestas planteadas a preguntas del pasado. Se convierte en aplicadora sistemática de reglas que regulan las funciones ya modelizadas. Es una organización necesaria. Es la que sabe hacer bien las cosas que ya sabemos que hay que hacer. Es fundamental para garantizar la calidad en la ejecución de lo que hacemos. Es necesario, pero ¿es suficiente?

Creo que es evidente que cuando la poética y la práctica de la innovación se enfrentan a la batalla con la estructura orgánica y funcional están abocadas al fracaso. De discurso bien, de modelos bien… pero, a la hora de la verdad, las cosas no pasan.

No podemos confiar en la organización funcional y jerárquica para transformar, para romper, para innovar… Necesitamos de esa organización, pero no es suficiente. Para innovar hay que movilizar personas, no funciones. Para innovar hay que poner en movimiento el conocimiento. No basta con saber qué hacemos; hay que saber lo que sabemos. Y la mayor parte de las veces no tenemos ni idea.

La organización de la innovación es la organización del conocimiento. Una organización nodular, de nodos que se interrelacionan para poner en valor la diversidad. Una organización sin jerarquías, o mejor dicho, con la jerarquía y la autoridad que deriva del conocimiento y no del escalafón. Esta organización del conocimiento es nuestra única esperanza para innovar, la que se hará nuevas preguntas y buscará respuestas, sin ella no conseguiremos que las cosas de la innovación pasen.

Ahora bien, una cuestión capital es que no son dos organizaciones distintas, con personas distintas. Son las mismas personas que ejercen funciones las que tenemos que activar para el conocimiento. ¿Las mismas? Parece contradictorio, pero ¿qué no lo es en innovación? Parece complicado, pero ¿qué no lo es en innovación?, ¿quién dijo que esto era fácil?

Sin embargo, es posible, es gratificante y es el camino para ganar el futuro. ¿Cuál?: el que construye la organización de la innovación, el que construye el conocimiento

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